miércoles, 26 de octubre de 2011

Segunda Clase



Segunda Clase

“¡Auxilio! ¡¿Alguien puede oírme?!” Confusa, sin saber dónde me hallo, desperté hace un rato, atada en medio de una habitación donde la única luz se filtra por una ventana cubierta con cortinas de aspecto mohoso. Juzgando la visibilidad, es muy temprano, ya que alcanzo a distinguir un cielo de color púrpura. ¿Pero qué hago aquí? Mi mente se niega a recordar lo que ha pasado.

“¡Ayúdenme, por favor!” El miedo hace que mi voz suene vaga, sin sentido… ¿Acaso esas palabras no se oyen solamente en películas de terror?

Mientras mis ojos se acostumbran a la poca luz, una figura se acerca a mí y únicamente puedo distinguir una malévola sonrisa. Una voz extrañamente familiar se hace oír en medio del silencio:

-¿Cómo amaneció mi bella durmiente? Espero que bien, detestaría que el sueño arruinara esta romántica cita que tendremos. ¡Ah! Y antes que digas nada, no te molestes en suplicar: Tú morirás hoy.
-Qui... qui… ¿Quién eres?-mi voz tiembla de horror. La perspectiva de morir a manos de alguien que desconozco, me resultaría casi cómica, de no ser porque yo soy la víctima.
-Oh, vamos, Helena. Eso es algo que una chica linda como tú no necesita saber. Pero te daré una clave en esto. Hay dos clases de personas: 1.- Las que matan; y 2.- Las que son matadas. Tú perteneces a la segunda categoría… ¡Y yo a la primera!

Con estas palabras, frías y crueles, comenzó lo que sería el último día de mi vida.

El cielo era negro en la ciudad. Si bien no había llovido, siempre había nubes oscuras, que nunca presagiaban nada bueno. Ya en las noticias se había dicho que pronto terminaría la sequía que asolaba la ciudad, pero desde ese anuncio, ya habían pasado dos semanas, y las esperanzas se depositaban en la enorme masa negra que se cernía sobre la ciudad.
Las personas, con la mirada perdida, nunca tenían tiempo para nada e iban de un lado para otro, alejándose incluso de su realidad para seguir con la lista de pendientes que llenaba su vida; a medida que las horas transcurrían se les veía, si es posible, más cansados y con menos tiempo, lo cual les irritaba sobremanera. La acera, llena de personas; y el frío, siempre estaba ahí.

-¿Te parece si vamos al cine primero?- sugirió una chica de aspecto inocente (casi tierno, en verdad) al joven que la acompañaba-. Si quieres, incluso podríamos ir a esa cafetería ¿Acaso no es linda?-exclamó con una sonrisa.
-¡Vaya que eres problemática, Helena! Te estoy pagando lo bastante bien como para que todavía tengas caprichos-respondió él de una manera brusca-. Vamos ya al hotel y terminemos con esto. ¿Te parece bien?
-De acuerdo-asintió ella con resignación, y ambos siguieron caminando hacia un edificio de aspecto ruinoso que parecía erguirse en medio de la nada